Microsoft anunció la firma de un acuerdo para comprar Bonsai, una pequeña startup especializada en el desarrollo de inteligencia artificial. De esta manera, la compañía apuesta a seguir creciendo en el desarrollo de este tipo de tecnología.
Bonsai está ubicada en Berkeley, California y, según se destaca en el comunicado, la incorporación de esta startup ayudará a que los desarrolladores de Microsoft puedan desarrollar los "cerebros" detrás de los sistemas autónomos con mayor facilidad.
No se dieron a conocer detalles sobre la compra: ni el precio ni el modo, pero sí se sabe que el CEO de la compañía es Mark Hammond, un ex empleado de Microsoft (trabajó allí como desarrollador entre 2002 y 2004) y que la empresa, desde que se abrió en 2014, consiguió reunir 13,6 millones de dólares. De hecho, Microsoft es una de las compañías que, en su momento, invirtió en este emprendimiento que ahora decidió comprar.
El negocio de Bonsai está desarrollado en TensorFlow, una biblioteca gratuita y de código abierto desarrollada por Google y que compite con CNTK, la herramienta para desarrolladores de IA que tiene Microsoft.
Sin embargo, esto parece no importarle a Microsoft,rt que busca, con esta compra, mejorar sus posibilidades de competir en el mercado y de darle otro impulso más a Azure, su servicio en la nube.
Bonsai desarrolló una novedosa forma de entrenamiento para la inteligencia artificial, dentro de un entorno simulado. Esta plataforma de aprendizaje sirve para capacitar a sistemas de automatización en general que se pueden emplear en robótica, vehículos y básicamente en cualquier sistema inteligente.
Esta herramienta se utilizará y gestionará a través de Azure. Así "Microsoft tendrá una solución completa para construir, operar y mejorar los 'cerebros' de los sistemas autónomos", se remarca en el comunicado.
Sin dudas, esta es una estratégica que busca potenciar Azure y posicionar a Microsoft como un jugador fuerte en el desarrollo de inteligencia artificial. De este modo sale a competir, entre otros, con IBM y su cerebro digital, Watson.
En el último tiempo Microsoft estuvo particularmente activa: compró Flipgrid, una plataforma educativa y GitHub, el popular sitio entre los programadores que dice tener la mayor cantidad de códigos de computación en el mundo.
Muchos tecnólogos y futuristas capaces están convencidos de que estamos muy cerca de habitar un mundo en el que la inteligencia artificial , los robots y otras tecnologías volverán obsoleta una gran parte de los empleos de la actualidad.
Por supuesto que podrían estar equivocados, pero las consecuencias, si están en lo correcto, serían inmensas, pues podría ser un desafío determinante en las décadas por venir, el cual requerirá de atención política.
Algunas de las soluciones potenciales son grandes ideas audaces que han ganado terreno en círculos ideológicos particulares. Elingreso básico universal-la idea de que todos los meses el gobierno simplemente regale a cada ciudadano el dinero suficiente para costear sus necesidades básicas- tiene seguidores tanto entre los libertarios a favor del libre mercado como entre los socialistas.
Sin embargo, otras ideas que se han comenzado a filtrar en círculos de política económica podrían brindar ventajas en términos de costo y de viabilidad política.
Una propuesta interesante en este tema se presentó en un artículo publicado por el Instituto Roosevelt, un centro de estudios liberal, llamado "No hay que temer a los robots". El autor, el economista Mark Paul, formula que una serie de medidas políticas que no son del todo radicales, si están aisladas, podrían garantizar que los beneficios de los avances tecnológicos se pudieran disfrutar ampliamente.
Como ejemplo, Paul asegura que la Reserva Federal y otros legisladores deberían comprometerse de manera más vigorosa a buscar una meta de "empleo máximo" que quede establecida en la ley federal, aunque implique tolerar un poco más el riesgo de que haya inflación.
Paul defiende la revisión de la ley de propiedad intelectual para que las empresas que desarrollan patentes y marcas registradas valiosas no tengan un monopolio de tal magnitud sobre sus innovaciones. Con el tiempo, es probable que más beneficios de la tecnología recaigan en la mano de obra que en el capital.
Además, Paul cree que hay potencial en los programas de repartición del trabajo como los que se han utilizado para mantener una tasa baja de desempleo en Alemania, incluso durante recesiones económicas. La idea es que, si una empresa necesita reducir 20 por ciento de su fuerza laboral debido a las innovaciones recientes, es mejor para la sociedad que reduzca las horas laborales de cada trabajador un 20 por ciento en vez de despedir a 20 por ciento de su personal.
Paul argumenta que los cambios rápidos de habilidades y las tecnologías que exige la economía moderna fortalecen el financiamiento público para la educación superior y la capacitación con el fin de que se adapten los trabajadores.
Queremos una economía sólida y creciente. Tan solo necesitamos implementar políticas adecuadas para garantizar que los trabajadores no carguen el peso de esa transición
Mark Paul, economista del Instituto Roosevelt
Este conjunto de propuestas se basa en la idea de que la ola emergente de disrupción digital no tendrá como resultado una pérdida permanente de la demanda de trabajadores, sino más bien cambios en el tipo de trabajo que necesita la economía. No es distinto al cambio de inicios del siglo XX en Estados Unidos cuando se pasó de la economía agrícola a la industrial, o el cambio de una economía industrial a una informática en el último medio siglo.
En este contexto, el objetivo no es impedir esa evolución, sino intentar que el equilibrio se incline hacia los empleados mientras ocurre la transición. "Queremos una economíasólida y creciente", comentó Paul. "Tan solo necesitamos implementar políticas adecuadas para garantizar que los trabajadores no carguen el peso de esa transición".
Aunque estas ideas sin duda tienen su origen en una perspectiva de centro izquierda, es impactante cómo algunas de ellas se traslapan con los objetivos de los intereses empresariales centristas e incluso con algunos pensadores de tendencia conservadora.
El Instituto Global McKinsey, el brazo de investigación del gigante consultor que ha producido análisis exhaustivos en los que sugiere que en la próxima década los avances en la informática y la robótica pondrán en peligro millones de empleos, suele enfatizar el papel de la educación y la capacitación subsidiadas.
Susan Lund, una socia de la firma, asegura que cada vez es más crucial que la gente mejore sus habilidades de manera continua para seguirle el paso a la tecnología cambiante, ya sea por medio de universidades comunitarias, universidades tradicionales o capacitación en línea con objetivos focalizados.
"Sería interesante que hubiera cuentas de aprendizaje que duraran toda la vida, y que pudieran financiarlas el gobierno o los empleadores, pero lo deseable es que la gente sea capaz de ausentarse dos meses del trabajo para tomar cursos y así poder seguir el ritmo del cambio", mencionó Lund.
Lund y sus colegas de McKinsey también recomiendan nuevas estrategias para que las prestaciones como el seguro de salud y los fondos para el retiro sean más "portátiles", así la gente que trabaja como contratista independiente o cambia de trabajo con frecuencia podría tener mayor estabilidad.
En la medida que muchas de estas ideas implican que el gobierno tenga un papel más activo, los conservadores suelen ser más desconfiados. No obstante, Michael Strain, un académico del American Enterprise Institute, un centro de estudios conservador, asegura que los riesgos de una disrupción son tan altos que se podría necesitar algún tipo de flexibilidad.
En particular, podríamos dirigirnos hacia un mercado laboral bifurcado, en el que la gente con habilidades avanzadas gane mejores salarios, pero los trabajadores que no las tengan vean cómo la tecnología reduce la demanda de sus servicios, con lo cual disminuirían sus sueldos.
En la actualidad, la tasa de desempleo es la más baja en 18 años, y el principal desafío para la economía en este momento es que la productividad es demasiado baja, no que la tecnología esté elevando la productividad a tal punto que esté dejando a la gente sin trabajo.
Así que sigue siendo especulativa esta discusión sobre soluciones potenciales mediante políticas para un futuro que podría o no llegar, aún más en una era de disfunción congresista.
Sin embargo, hay una lección que vale la pena tomar en cuenta. La globalización y la automatización provocaron un trastorno en la industria manufacturera desde los años 80 hasta inicios de la década de 2000, y millones de empleados que trabajaban en fábricas perdieron sus puestos. Aún se siente la disrupción en las comunidades, y podría decirse que es la raíz de muchos de los principales problemas sociales y económicos de esta era.
Si una ola tecnológica similar está cerca de eliminar millones de empleos de trabajadores de servicio, todos deberíamos procurar que la historia no se repita.
"No era la primera vez que mi tarjeta electrónica para entrar a la empresa fallaba. Asumí que había que reemplazarla por otra".
Así comenzó una serie de insólitas situaciones que hicieron que Ibrahim Diallo fuera despedido de su trabajo. Pero no fue su jefa la que lo despidió; fue una máquina.
"La automatización puede ser una ventaja para una compañía, pero tiene que haber una manera en que los humanos puedan intervenir si las máquinas cometen un error", escribe.
Su historia comienza el día en que no pudo ingresar al rascacielos de Los Ángeles donde estaba su oficina y tuvo que pedirle al guardia que lo dejara ingresar porque su pase no funcionaba.
"Apenas entré a la oficina le fui a decir a mi jefa lo que estaba pasando. Ella me prometió que me conseguiría otro de inmediato".
Pero luego notó que había sido bloqueado del sistema computacional y un colega le dijo que la palabra "inactivo" aparecía al lado de su nombre.
El día fue de mal en peor.
Después de almuerzo, su jefa le dijo que había recibido un correo donde le informaban que su contrato había terminado. Le prometió que resolvería el problema.
Al día siguiente le volvió a ocurrir lo mismo. Entró con la ayuda del guardia y unas horas más tarde dos personas le dijeron que lo iban a escoltar hasta que saliera del edificio.
Su jefa estaba confundida, pero no pudo ayudarlo.
"Estaba despedido y ella no podía hacer nada. Tampoco el director pudo hacer nada. Ambos se quedaron viendo cómo era forzado a empacar mis cosas y salir de la oficina".
Diallo llevaba ocho meses en un trabajo por el cual había sido contratado por un período de tres años.
Pasaron tres semanas y las cosas no se arreglaban. "El sistema quería sangre y yo era la primera víctima".
Hasta que llegó el momento en que sus jefes descubrieron la razón por la que había sido despedido.
La empresa estaba atravesando por una serie de cambios, tanto a nivel de los sistemas electrónicos, como de la gente que estaba contratada.
Su primer jefe había sido despedido y enviado a trabajar desde la casa por el resto de los días que le quedaban antes de que se acabara su contrato. En ese período, él no renovó el contrato de Diallo en el nuevo sistema.
Después de eso, las máquinas tomaron el control y decidieron que con la información disponible, él era un exempleado.
Aunque le permitieron regresar después de esas tres semanas, quedó sin recibir salario por ese tiempo y además, con el recuerdo de "haber sido escoltado fuera del edificio como un ladrón".
Entonces decidió buscar otro trabajo.
Esta historia -que ocurrió en Estados Unidos- debería servir como una alerta sobre la relación entre las máquinas y los humanos, dice el experto en inteligencia artificial, Dave Coplin.
"Es otro ejemplo de una falla del pensamiento humano; cuando se produce una disputa entre humanos contra máquinas, en vez de una relación de humanos junto a máquinas", dice.
"Uno de los recursos fundamentales para todos los humanos en un mundo coninteligencia artificial es la rendición de cuentas. Solo porque el algoritmo dice que algo es la respuesta, no significa que efectivamente sea esa la respuesta".